miércoles, 20 de febrero de 2008

Palabras al final



Esta noche hay luna llena, pero a mí me parece negra. Un profundo dolor me nubla, me derriba, me doblega. ¿Cómo poder explicarlo, buscarle un sentido, tratar de entenderlo, si lo más importante en mi vida ya no está más?

Llegó sin avisar, al poco tiempo fuimos amigos, y en algún descuido llegó a mi corazón.
Entró sin pedirlo, sin siquiera ella saber que estaba ahí, y logró construir en mí lo que nadie antes había logrado. El más bello de los jardines, paisajes de agua y verde, y un camino que recorrer.

Me regalaste un propósito, un rival al cual vencer, un sendero en el que me vi enfrentado al peor de mis adversarios: mis propios miedos. Y lo triste es que gran parte de las veces perdí, desviándome del camino y perdiendo de vista el horizonte que me acercaba a ti.

Creo que no fui lo suficientemente bueno, ni lo suficientemente fuerte como para llegar a la meta, no pude superar los obstáculos que me separaban de ti.

Pero llegué al final de un camino, quizás un desvío, un final al cual temía llegar. Y te vi. Pero estabas lejos, tal vez incluso recorrías tu propio camino.

Y ahí, sentado junto al dolor que trataba de explicarme que no serías mía encontré los frutos del camino. Y pude ver en ellos, a través de mis húmedos ojos todo lo andado, todo lo que aprendí, todos mis errores. Y lo mejor de todo, todos los sentimientos que me provocaste, todo el bien que gracias a ti afloró.

Luego lloré hasta que mis ojos se hincharon. Pero no lloré por auto compadecerme, lloré por una meta que no alcancé, por un amor que no se consumó, por un espacio de mi corazón que ahora está frío como la piedra, por todo lo que tenía para entregarte y se irá con el viento algún día y por la impotencia de no poder entender que todo lo bello se haya transformado de pronto en dolor.

Pero nunca podré olvidar a la mujer maravillosa que provocó todo esto, y por sobre el dolor siempre va a estar lo feliz y dichoso que me hizo quererte.